En agosto la familia, la escuela y la sociedad en general orientan los esfuerzos, las iniciativas y los planes para iniciar la labor educativa. La familia y la escuela se necesitan recíprocamente, para construir el presente y el futuro educativo de los jóvenes. Y, en consecuencia, se ha de establecer un clima de participación y comunicación fluido entre ambas instituciones.
La familia y la escuela están insertas en realidades sociales tan disímiles y contradictorias que necesitan centrar sus mejores esfuerzos en el entrenamiento continuo de los educandos, sobre todo, la capacidad analítica, interpretativa y crítica para no dejarse doblegar por las malas prácticas, sino dejarse conquistar por las buenas; para formar en valores, en las virtudes y combatir las conductas reñidas con la ley, la ética y la moral.
El crecimiento de los hijos depende del comportamiento exhibido por los padres y por los ciudadanos. Un docente y un progenitor han de asumir la responsabilidad de acompañar a sus destinatarios a ser persona; de ayudar a descubrir y ejercer responsablemente, la libertad; de actuar con convicciones y con motivaciones sólidas; de acompañar la fragilidad, respetando la identidad; y, de ayudar a descubrir, a educar y a conquistar la libertad.
Muchas sociedades y familias han debilitado su vocación y su capacidad para educar, porque les hace falta: el amor y la paciencia, la presencia y la amabilidad, la confianza y la comunicación. Además, la prisa con que vivimos no favorece la capacidad educativa ni de las personas ni de las instituciones. Para educar hay que amar mucho, acompañar, “perder tiempo con los hijos”, saber escuchar y esperar el momento oportuno. Es decir, la educación es cuestión del corazón, de una comunidad; no solo de una persona.
Hoy más que nunca, es importante promover la formación ética y moral de los hijos; una vida regida por la verdad y por las convicciones interiores para dar testimonio. Por otra parte, hay que proyectar confianza en los estudiantes y en los hijos para inspirarlos. Dice Stephen Covey en su libro “Confiar e inspirar” que “la confianza es la forma más inspiradora de motivación humana. Inspirar significa infundir vida a algo inerte. Por consiguiente, inspirar a alguien es insuflar vida en él o en ella. Cuando inspiramos a otros, reavivamos el espíritu interior, tanto suyo como nuestro. Cuando inspiramos a otros, insuflamos en ellos y en nosotros nueva vida, propósito y pasión. Ofrecemos una nueva perspectiva”.
Hemos de inspirar la vivencia de hábitos y de virtudes. La formación moral tiene que constituirse en una práctica, visible, cercana, convincente y del todo personal. El niño ha de aprender que las acciones propias tienen consecuencias, tanto las buenas como las malas; las primeras generan alegría y las segundas dolor. Es decir, hay que instituir y educar en un régimen de consecuencia; establecer un régimen de disciplina razonable, que no ahogue el deseo ni la libertad, pero que haga pensar en la responsabilidad de las propias acciones. Solo así venceremos la indisciplina (social, gubernamental, institucional y familiar) reinante.
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