Me refiero aquí al peledeísmo en la suma del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y la Fuerza del Pueblo (FP). Son dos partidos diferentes, claro está, pero su matriz es la misma y, sobre todo, su base electoral.
Inconforme con los resultados de las primarias del PLD de octubre 2019, donde fue aspirante a la candidatura presidencial, Leonel Fernández abandonó su partido de siempre, con el que había llegado a la Presidencia de la República en tres ocasiones y gobernado 12 años.
Argumentó fraude: según él, un algoritmo había modificado el conteo de los votos que se perfilaban inicialmente a su favor.
Cierta o no la imputación, decidió marcharse y formar la FP. Ese ha sido quizás su mayor error de cálculo político porque, si su deseo es volver a ser presidente, el camino más corto (aún con los obstáculos) era probablemente el PLD.
Tal vez no pensó que el PLD podía perder en 2020; porque, de haberlo contemplado, solo tenía que esperar el desenlace electoral de 2020 para asumir de nuevo el protagonismo partidario.
A pesar de la formación de la FP, la sociedad dominicana ve a Leonel Fernández como parte del legado peledeísta, sea percibido bien o mal.
Ahora le toca fortalecer su partido, que, por donde quiera que se vea, solo puede crecer significativamente si se descalabra el PLD.
El camino hacia el 2024 es, sin duda, complejo. La FP necesita mantener un puente abierto para una posible alianza con el PLD, y, a la vez, ayudar a socavarlo para mover dirigentes y votantes peledeístas hacia la FP; aunque, al final, su principal rival para el 2024 sea el PRM.
El PLD, a pesar de la debacle electoral de 2020, ha seguido en su proyecto de reorganización con dos puntos a favor: 1) ha perdido pocos de sus principales dirigentes políticos después de la división, y 2) lograron seleccionar un aspirante a la candidatura presidencial en una consulta con connotación de primarias.
No obstante, enfrenta grandes desafíos para avanzar electoralmente.
Primero, por los casos de corrupción que le imputan, necesita restablecer la confianza de la sociedad dominicana; y, mientras continúen los juicios, resulta difícil forjar nuevos lazos de esperanza con la ciudadanía.
Segundo, los nuevos dirigentes que han aspirado a la candidatura presidencial del PLD tienen experiencia de Estado, pero no la vasta formación política de Leonel Fernández o Danilo Medina, curtidos en las décadas de 1970, 1980 y 1990.
Tercero, el PLD enfrenta el mismo dilema que la FP: cómo ser amigos y opositores a la vez porque ambos necesitan del otro para posicionarse electoralmente, ya sea aliándose o uno desbancando al otro.
La división del peledeísmo sigue generando incertidumbre en su dirigencia y en su base electoral, así como en las proyecciones electorales que se aventuren a hacer ahora los pronosticadores para el 2024.
Asumir desde ya que habrá segunda vuelta, y que ese será el momento del peledeísmo salir de su laberinto, es una apuesta arriesgada en un país donde la doble vuelta sólo ocurrió en 1996.
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